Juan Erick Carrera. Investigador, y antropólogo de la Universidad Católica de Temuco
Más allá de cualquier tendencia política que se pueda tener, asumiendo que esta tenga razón de ser y que no sólo se constituya por apriorismos morales o (des)configuraciones sociales y culturales, para no decir sesgos ideológicos o falsas creencias instituidas, debemos estar relativamente claros y claras que Chile está pasando por un proceso social crítico, donde debemos ser capaces de llegar a un nivel de reflexividad propio de lo humano y no del primate como nos quieren ver desde una vereda política que fantasea con un monopolio ilustrado que segrega a través de un supuesto racionalismo virtuoso, en tanto que la masa patipelada sólo debe obedecer, cual autómata de la modernidad.
El movimiento de los profesores y las profesoras de la actualidad no es el destello de unos pocos políticamente opositores al oficialismo que ven en ello una posibilidad de desestabilizar el orden constitucional del país, tampoco es un movimiento ensimismado que se piense desde y para el aquí y el ahora, sino que es producto de un problema que debe su emergencia al histórico olvido que el Estado ha tenido sobre la institución de la educación, y todo lo que han sufrido aquellos que, sin duda, ejercen una de las profesiones más nobles de la sociedad, y que tienen como misión construir un futuro para el mundo, sin exagerar. Aunque, a pesar de ello, no disfruten de un estatus digno ni de una economía acorde con su función en la sociedad, siendo hoy, además, bloqueados por una mayoría de la prensa nacional que sólo exacerba falsas moralidades y actos sospechosamente violentistas de docentes que nunca se han expresado a cara cubierta. Digo falsas moralidades por la demonización hacia el movimiento por el encaramiento –necesario- de una profesora a la ministra Cubillos en un cementerio, pero, ese hecho ¿no es acaso sólo una muestra de la indignación que produce la sordera del Gobierno respecto de un movimiento que se está masificando en todo el país con demandas necesarias y justas, donde los docentes usan la creatividad, el arte y el respeto -pues son sus valores- para intentar construir un mundo mejor? Ah!, pero claro, la educación no es prioridad para un sistema que tiene como eslogan el crecimiento económico, la educación jamás será vista como productividad en una sociedad de mercado, pues, la producción de conocimientos ha sido sólo un concepto valioso en el entorno académico, pero ¿no es acaso esa producción de conocimientos la que determinará el futuro de la sociedad? En efecto, el conocimiento es el capital fundamental de cualquier sociedad, pero como debemos saber este siempre ha sido administrado por cierta clase mediante un mercado simbólico cultural, como diría el sociólogo Pierre Bourdieu, donde el valor humano es, por consecuencia, valor de clase. Lamentable, pero es una realidad que se ve en la práctica cotidiana con las famosas frases que hemos leído últimamente, y lo grave es que no sólo han sido emitidas por personas en un acto temperamental, sino que reflejan tácitamente la posición de un sistema que prefiere apostar a la mano de obra, a una reforma social que adoctrine bajo condiciones utilitaristas, o, dicho de otra forma, a la construcción de ciudadanos que son vistos como “patipelados primigenios”. Concepto complejo, que si tuviéramos que definir más elaboradamente, diríamos que se trata de un individuo pobre, sin recursos ni estatus cultural, sin importancia social, con capacidades cognitivas poco desarrolladas y sin capacidad de pensamiento lógico, pues, ¿será eso lo que realmente piensan actores como Jacqueline van Rysselberghe o Luciano Cruz-Coke? Como sea, debemos tener conciencia que el lenguaje construye realidad y el conocimiento es poder.
Así es, hoy Chile está en un punto de enojo colectivo que es propio de la presión que ejerce el sistema sobre las personas, los mismos profesores que marchan, que son estigmatizados y brutalmente reprimidos por la policía por el sólo hecho de pensar una mejor sociedad, por el reconocimiento de la deuda histórica o el agobio laboral, etc., o los últimos casos de “usuarios” de la Compin que se autoflagelan en la propia sucursal de la institución a causa de la desesperación que produce la burocracia de la salud pública, cuando deberían estar descansando para poder recuperarse de la enfermedad que les aqueja. Esto es sólo el reflejo de un país que tiene sus intereses lejos del patipelado primigenio (ciudadano común) como nos han hecho saber a través de una inevitable pulsión clasista que no es de extrañar en tiempos en que la libre expresión es entendida como derecho al insulto.