En “defensa” de los fachos pobres

Viernes, 09 de febrero de 2018 a las 20:56
Por Camilo Urra. Ensayista y Profesor de historia. Actualmente se desempeña en Liceo Manuel de Salas. 
En Valparaíso –capital cultural y “municipio ciudadano”- los ánimos todavía están un poco caldeados luego de la derrota en últimas elecciones presidenciales. Sentados fuera de un café conversan un grupo de personas bonitas y siempre bien arregladas. ¡Qué terrible haber perdido por tanta diferencia! ¿Qué vamos a hacer ahora que ganaron los momios? ¡Tan conservadora y reaccionaria que es esta gente! Ahora se nos vienen cuatro de años de horror. Sí, es cierto. Pero la culpa no es del chancho, sino de quien le da el afrecho, pues. Aquí la culpa la tiene el pueblo, si el pueblo, el mismo que fue a votar por Piñera y la derecha. Toda la razón, eso es muy cierto. Si, así es, son ellos los culpables; los desclasados, los aspiracionales, los venidos a más, si, ellos mismos, los “fachos pobres”, ¡quien más! Varias cosas podemos sacar en limpio de esta conversación; Que la culpa de la derrota política seria de los “fachos pobres”, los mismos que siendo parte de los sectores populares votarían por la derecha confiados en que ello les permitía cierto ascenso social. Que el “facho pobre” vendría siendo la encarnación del homo neoliberal, desmoralizado por el individualismo, el consumismo y el hedonismo. Que lejos de la organización popular, sindical o política, el “facho pobre” buscaría mejorar sus condiciones de existencia apelando al servilismo y beneficiándose del clientelismo. Que para el “facho pobre”, la calidad de vida se mide exclusivamente por la cantidad de veces en las que desliza su tarjeta de crédito. Que por lo mismo, él compartiría la ideología del capitalismo tardío y buscaría sin descanso los medios para cumplir sus dictámenes. Y que por todo esto, votaría por Piñera y por la derecha. Porque ellos hablan sus mismos códigos, hablan su mismo lenguaje. Más trabajo, más consumo y más seguridad. Él no sería más que un guardián del modelo. Sin conciencia de clase, no sería más que un esbirro a los servicios del gran capital. ¿Hay justicia en estos diagnósticos? Sin duda, bastante. En la actualidad, es un hecho que la modernización neoliberal ha creado una ciudadanía obsesionada con el consumo consumista, con la seguridad pública y con el olvido de proyectos sociales alternativos. No hay misterios en eso. Tampoco hay misterios en que actualmente seria la fusión política  liberal-conservadora la que tendría mayor sintonía con esta novedosa forma de ciudadanía. Sin embargo, nosotros discrepamos. Pese a sus méritos, estos diagnósticos olvidan ciertas cuestiones más o menos relevantes. Si bien es cierto que la modernización neoliberal ha sido compulsiva –sobre todo dentro de los últimos 20 años- no hay que olvidar que ella no avanza sobre un terreno baldío. En nuestro país existe una cultura popular ancestral que moldea y encauza –para bien o para mal- el progreso de esta modernización y sus efectos sobre las vidas y los cuerpos. Esta cultura popular es un repertorio de discursos y prácticas que pueden aminorar el impacto del neoliberalismo, o en el caso de los llamados “fachos pobres”, potenciarlo. Si, potenciarlo. Porque parte importante de esta cultura popular se encuentra en la memoria histórico-colectiva de los sectores populares. Y son los recuerdos comunes transmitidos de generación en generación los que van determinando los estados anímicos de la ciudadanía y con ello sus afectos políticos. Y en nuestro país, la memoria colectiva está saturada de recuerdos traumáticos proclives a justificar y potenciar el avance del neoliberalismo, convirtiendo a muchos ciudadanos en sus guardianes o estabilizadores. Los recuerdos de la guerra (un mal endémico presente en nuestro país desde su fundación), el trauma hacendal, las violencias urbanas, el fracaso de los movimientos sociales y de la Unidad Popular. Todos recuerdos dolorosos, trágicos y traumáticos que al ser evocados producen una atmosfera anímica de fatiga, miedo, inseguridad, desesperanza y  resignación. Ciertamente, todas estas disposiciones anímicas poco o nada tienen que ver con proyectos políticos reformistas o emancipadores. Todo lo contrario. Solo dimensionemos por un instante los estragos psicológicos que producen estas evocaciones. El ciudadano nihilista no quiere saber nada de la política. Porque la política es derrota, es castigo, es violencia, es hambre y dolor. Una y otra vez sus bisabuelos, abuelos y padres se levantaron y una tras otra vez fueron diezmados, castigados y derrotados. Son los recuerdos comunes de un pasado-presente traumático, los que conducen a nuestra ciudadanía a un estado anímico que no permite superar el trauma de la derrota y sus consecuencias. Como es de suponer, a estas alturas, el ciudadano está a un paso, un solo paso, de transformase en aquel vilipendiado “facho pobre”. Atemorizados –y a la vez admirados- ante el poder de los patrones, vulnerables e inseguros en su posición social y escépticos frente a la organización política, estos ciudadanos nihilistas se convierten en el sostén de la modernización neoliberal. Pero no solo eso. Puesto que, pese a las apariencias, la evocación de recuerdos traumáticos no solo produce disposiciones anímicas, negativas. Por el contrario, el recuerdo también favorece la emergencia de disposiciones positivas, cuyo propósito es velar por la mantención y profundización de una modernización que al ser contrastada con la antigua pobreza es percibida ahora como un progreso. Contra el diagnostico de ciertos círculos izquierdistas o post-izquierdistas que suelen culpar a los ciudadanos por contextos del que son resultado, nosotros proponemos una mirada diferente. Hay que conocer los recuerdos comunes de la ciudadanía, saber cuáles han sido sus vivencias y sus dolores. Entender que en nuestro país las pobrezas y las desigualdades han sido extremas, radicales, y que cualquier mejora -por tibia que sea- es percibida como un progreso que debe ser cuidado y defendido. Y que por lo tanto, es al nivel de la memoria histórico-colectiva donde la izquierda debe intervenir, contrarrestando la evocación de recuerdos traumáticos, con la evocación de recuerdos populares ligados a la comunidad, la fraternidad y la horizontalidad, valores de gran fortaleza histórica y de vigencia indiscutible. Solo así será posible recuperar a los “fachos pobres”.
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