Por Camilo Urra. Ensayista y Profesor de historia A continuación, un par de palabras evidentes, pero necesarias. En nuestro país los sectores conservadores han despertado de su letargo y han hecho explicitas sus censuras. Desde la defensa del orden, la autoridad, la propiedad privada y la familia, la derecha conservadora emprende esfuerzos revisionistas del último esfuerzo igualitarista efectuado en nuestro país (la Unidad Popular) al mismo tiempo que reivindica el legado histórico de Augusto Pinochet. Según esta revisión, desde el ascenso de Allende –que es tratado con sumo cuidado, reconociendo siempre su “carácter romántico”- la Unidad Popular habría intentado gobernar con enunciados utópicos más que con procedimientos racionales. Este exceso de “hormonalidad ideológica” habría desencadenado una terrible crisis económica, política y moral que habría obligado a los guardianes del orden y las buenas costumbres a intervenir. El mérito de Pinochet consistiría en haber evitado que el presente chileno fuera análogo al presente venezolano. La evocación conservadora del fracaso del gobierno de la Unidad Popular y sus consecuencias dramáticas, favorece que la ciudadanía desconfíe y descarte la acción anticapitalista como medio para superar los efectos del modelo económico-político-cultural neoliberal, prefiriendo creer, por el contrario, que la solución consistiría en favorecer su “correcto” funcionamiento. O, como sucede en la mayor parte de los casos, abstenerse de creer que este problema tendrá una solución efectiva. Actualmente hay una crónica extinción de proyecciones utópicos en nuestra sociedad civil, una carencia de imaginación política y una falta de voluntad para pensar, o por lo menos vislumbrar, horizontes radicalmente igualitaristas. Quizás donde esto último se muestra con total transparencia es en la permanente referencia realizada por la derecha hacia la situación política venezolana. La referencia a Venezuela –aduciendo el carácter irracional, ideológico y hasta anacrónico del proceso, omitiendo el boicot económico impulsado por Estados Unidos- es un mecanismo eficaz a la hora de revisar la experiencia popular y censurar los esfuerzos igualitaristas contemporáneos tanto nacionales como extranjeros. En Venezuela se podría visualizar en colores y en alta definición lo que fueron los años de la Unidad Popular en Chile. Una forma efectiva de “refrescar” la memoria y recordar situaciones “olvidadas” en el tiempo. Esto, porque la derecha cree a pie juntillas que las aspiraciones igualitaristas tendría relación con un problema de memoria cívica, con una suerte de “amnesia colectiva” que cada cierto tiempo hace recaer a los chilenos en las garras pérfidas de la ideología igualitarista. Y Venezuela es una referencia precisa. Incluso, la diáspora venezolana residente en nuestro país servía de testimonio corporal visible y audible de las consecuencias “reales” de la receta igualitaria, reforzando la censura conservadora. Esta referencia discursiva permite evocar el drama ocurrido durante “aquellos años en que se soñó demasiado”. Y con ello, sugestionar los ánimos cívicos. Lejos ya del inicial entusiasmo de comienzos de la década (2011-2012), en la actualidad, la sociedad civil se resigna ante la idea de que el propio ímpetu no es suficiente para alterar el funcionamiento del sistema mercantil. Y que al igual como lo ha “demostrado” el Chavismo, todo esfuerzo transformador inevitablemente se convertirá en un estruendoso fracaso. Y que por lo pronto solo dos opciones aparecen en el horizonte: el afecto conservador, o la desafección política radical. Entre ellas dos fluctúa la mayoría de los ciudadanos de nuestro país frente a su propia historia y frente al presente venezolano. Se ha constituido una atmosfera peligrosamente revisionista y conservadora que podría generar estragos considerables en aquellos proyectos progresistas en marcha en nuestro país. La misma atmosfera que le entrego el triunfo a Sebastián Piñera y la misma que podría favorecer un giro radicalmente conservador en nuestro país.
Síguenos en Google News: