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Home Columnas de Opinión

La epifanía antihumanista en el Chile contemporáneo

Ilustrado Noticias
por Editor Principal
13 septiembre, 2019
en Columnas de Opinión
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Juan Erick Carrera

Antropólogo

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Chile hoy vive una crisis sintomática que devela una peligrosa y virulenta enfermedad: la creencia apasionada por un fascismo que se materializa a través de una retórica antihumanista, y se refugia tras un populismo encubierto, pensado desde un engañoso socialismo que involucra, como cualquier gran relato, apropiarse de la confianza del pueblo a través de promesas de plenitud. Digo esto no sólo con algo de furia, o más bien bastante, sino con el pesimismo propio de quien piensa que esa forma de ver el mundo es propia de un sistema de creencias que se petrifica en la mentalidad y conduce a un fanatismo que obnubila cualquier sentido—y sentimiento—por los otros, por la comunidad, por la diferencia étnica y cultural o por los derechos humanos, entre otros, cohibiendo la capacidad de sentir empatía por los demás, por el dolor humano. Un dolor manifiesto en la memoria de un país que no hace mucho (en tiempo histórico) vivió las monstruosidad de una dictadura en la que se produjeron las aberraciones más brutales que se puedan imaginar, provocando la muerte y desaparición de decenas de miles, y no sólo de quienes predicaban una ideología revolucionaria, catalogados como enemigos políticos e incluso terroristas, sino contra hombres, mujeres y niños que, desde una neurosis colectiva provocada por el sometimiento más absoluto de la voluntad, fueron torturados hasta darles muerte. Eso es parte de la naturaleza antihumanista del fascismo, por lo que como sociedad es necesario comenzar a pensar algo más críticamente respecto de la calidad humana de los líderes políticos de hoy, desde donde, solapadamente, comienza el germen ideológico del odio.

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Podrán decir algunos que esta lógica es aplicable a cualquier forma ideológica que propugna un ideal de sociedad desde estructuras autoritarias, sea izquierdas o derechas, pero en ningún caso podemos desviar la mirada de nuestra propia experiencia, con sus particularidades y modelos políticos,  sus propias hibridaciones ideológicas, desde donde deben comenzar y terminar las hipótesis de aquellos creativos, y al parecer expertos en didáctica, que intentan evaporizar el pasado reciente, incluso a través de la reforma, y pretenden hacer de la ignorancia un paradigma. Justamente, es ahí donde se visualiza la más obscura de las intenciones, puesto que al ignorante, que por circunstancias histórico-sociales lo es, no podemos estigmatizarlo por creer en un discurso fascista que, sin siquiera entenderlo como tal, lo seduce casi instintivamente, sino que es aquel que haciendo uso malicioso del discurso y el conocimiento se acerca ofreciendo un mundo libre de censura, abierto a la libre expresión o a la libertad económica (con privilegios para algunos de embaucar económicamente al sistema, a veces le llaman emprendimiento), o a tener el derecho de ofender a los otros y decidir quién es humanamente aceptable y quien no (xenofobia). Estos sujetos además suelen victimizarse, dando a entender que son aquellos que eternamente han luchado por las injusticias sociales y los derechos humanos (generalmente personas de izquierda) quienes los agreden y discriminan, y, pues, no es necesario ser un experto en Caos para entender por qué el discurso de odio, mal interpretado—por ellos—como libre expresión, produce alteraciones sociales. 

Por otro lado, este modelo fascista que comienza a emerger desde la timidez de los avergonzados, se constituye, o lograría su solidificación, desde dos elementos que debemos tomar en cuenta; uno es de carácter estructural, un correlato al sistema-mundo contemporáneo, acuñando un concepto en homenaje al sociólogo recientemente fallecido Immanuel Wallerstein, puesto que el imperialismo como cúspide del capitalismo moderno enfrenta su apogeo mediante la pugna monopolista internacional, es un estadio de desarrollo desde donde el control por el poder económico manifiesta su glotonería más explícita. Estas manifestaciones comienzan a ser evidentes en el momento en que vislumbramos a los poderosos fragmentarse o aglomerarse por intereses de dominación global y/o local; un caso ejemplar es la cofradía que se ha generado para desestabilizar política y económicamente a Venezuela, puesto que tras los problemas de derechos humanos que impulsan campañas retóricas de mandatarios (entre ellos S. Piñera) y magnates contra-bolivarianos se encuentra todo un interés económico-político. Podrán decir lo que quieran sobre si en Venezuela hay fascismo o no, muchos dirán que sí entendiendo el fascismo sólo como un “sistema político”, no obstante, en lo particular, no puedo concebirlo separado de un antihumanismo, de su sesgo amoral, y, desde esa perspectiva, ya es otra la historia.

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Un segundo elemento es de carácter funcional, que involucra la satisfacción de necesidades. En efecto, el fascismo comienza a visualizarse cuando las personas exigen la intervención del Estado en su vida social, ya hemos visto a más de algún humilde ciudadano chileno dar una cuña en televisión donde dice, a propósito de la delincuencia; “que salgan los militares a la calle”, pues bien, esa es la expresión cotidiana del fascismo, porque se construye una idea de necesidad que (se cree) sólo puede ser satisfecha por medio de la intervención autoritaria del Estado. Estos signos nos alertan sobre la emergencia del fascismo en la cotidianidad como un recurso de intervención estatal, y ese es justamente el problema; verlo desde la inocencia, porque finalmente su fundamento no es la seguridad y protección civil sino que es el control absoluto de las libertades. Brasil es un gran ejemplo de aquello, pues, la campaña para J. Bolsonaro manejada por las elites empresariales bajo un discurso populista ha trasmutado, no muy cuidadosamente, en un discurso explícito de odio, racismo y homofobia, sin mencionar la catástrofe de la seguridad ambiental, el mercado de armas y las políticas económicas desastrosas realizadas hasta ahora por el ex militar. 

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Lo que más duele, sin embargo, más allá de la pincelada sociológica que nos pueda ayudar a interpretar este fenómeno, es lo que llamo “la creencia apasionada por el antihumanismo”. Aquí, quizá desde un punto de vista más antropológico, no son menores las consecuencias que esta frase (hipotética) pueda traer, en tanto las creencias funcionan como una suerte de prótesis cognitiva que tiende a mitologizar narrativas, es decir, en el momento en que las personas creen en algo esto se transforma en una perspectiva de mundo. La creencia no es sólo un conjunto de ideas, sino que es significación de lo posible, es una necesidad humana, y es eso justamente lo que las hace más peligrosa. 

Es ese elemento el que finalmente impulsa esta escritura, es aquella expresión descarada de indolencia de quienes creen en esa fórmula de sociedad, es ese empacho vomitivo que genera la actitud de algunas autoridades públicas en no respetar el minuto de silencio en el Congreso por aquellas miles de vidas inocentes perdidas (y desparecidas) bajo un modelo que asumen como correcto, es ver la colosal cantidad de memes en redes sociales que caricaturizan el dolor más profundo que puede sentir una persona, una familia, y que en el fondo avalan tácitamente un modelo de maldad y goce sectario que lamentablemente comienza a ser popular en estos días a través de nuevos “nacionalismos” y “republicanismos”, como estrategias comunicacionales dirigidas a los incautos, o los sonámbulos como lo llamaría Hermann Broch. Es necesario, por ello, ver una luz de humanismo para los tiempos de incertidumbre que se aproximan, y frenar el avance del fascismo, no creer en sus artimañas y no dejarse influenciar por una falsa imagen de mundo que en realidad no es más que el eterno afán de la dominación.

El fascismo, más allá de lo sistémico-político, es un cultivo de la mente, se basa en la propia irracionalidad humana; el odio, miedo, racismo, etc., y es, entonces, por naturaleza antihumanista. Por ello es necesario pensar fuera de las instituciones, pensar en la identidad histórica para la búsqueda de una fuerza moral latinoamericanista que impida esa colonización imaginaria que produce ese virus en Chile, y que, finalmente, se alimenta de la ignorancia y los valores superficiales de la sociedad.

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