Por Jorge Molina Araneda
Distintos son los temas a los que nos ha enfrentado esta pandemia de coronavirus en Chile. Por una parte, nos ha demostrado que nuestro sistema de salud no es el mejor del mundo; por otra, que desde el punto de vista de los bienes necesarios para afrontar una pandemia, no estábamos preparados ni suficientemente apertrechados; sumado a lo anterior, nuestros índices de empleabilidad y seguridad social son simplemente indecentes. Tenemos al día de hoy -16 de abril de 2020- 8.807 contagiados y 105 fallecidos, de acuerdo a las cifras oficiales del gobierno.
Chile tiene una población de un poco más de 18 millones de habitantes y nuestros índices de contagio se equiparan a países como España e Italia con 46 y 60 millones de habitantes respectivamente. Además este sistema de salud, tanto en la esfera pública como privada, está haciendo agua. La cantidad de ventiladores mecánicos, en un país donde las regiones de la zona centro sur tienen graves problemas de enfermedades respiratorias entre los meses de abril a septiembre producto del crudo invierno, es insuficiente. El subsecretario de Redes Asistenciales, Arturo Zúñiga, el 2 de abril hablaba que Chile tiene 3.200 ventiladores mecánicos; sin embargo, el Ministro de Salud, el 10 de abril, señalaba que Chile tiene 1.628 ventiladores mecánicos, sumando los disponibles en el sistema, lo cual podría acarrear una alta tasa de mortandad por causa del COVID-19, además del descrédito público por el magro manejo de las cifras.
Otra consideración a tener en cuenta es el cambio a un sistema de bienes y servicios básicos disponibles para este tipo de circunstancias. Finlandia, por ejemplo, desde fines de la Segunda Guerra Mundial ha juntado víveres, mascarillas y otros bienes de primera necesidad para ser usados y distribuidos entre su población en tiempos críticos y complejos como lo son los actuales.
De hecho, hemos sido testigos de verdaderos actos de piratería en los cuales países del primer mundo han requisado mascarillas que estaban de paso en sus naciones hacia otros destinos; amén del caso de la empresa 3M con el gobierno de Estados Unidos, en que se le exigió a dicha entidad empresarial elaborar mascarillas sólo para uso interno, impidiendo, de esta manera, que ella cumpliera con los compromisos económicos adquiridos con otras naciones.
Chile dejó de ser una potencia alimentaria, con el cierre de IANSA, CAVS y otras empresas, lo que quiere decir que nuestra república está desprovista de una matriz productiva, en tiempos que nos hemos dado cuenta que hemos producido commoditties pero no tenemos verdaderas industrias que puedan garantizar mínimos productivos en bienes de primera necesidad. Carecemos de una empresa, salvo ASMAR y FAMAE, que pueda construir respiradores mecánicos. Recuerdo ese vergonzoso video de la armada chilena en la cual se decía que elaboraban mascarillas para su uso interno, tratando de copiar las medidas del gobierno argentino, con un gran pero, la armada argentina elaboraba mascarillas para dárselas a la población.
Nuestro sistema de empleo y seguridad social es deficiente. En economía familiar se sabe si una familia es pobre o rica dependiendo cuánto tiempo pueda aguantar sin producir y mantener estándares de consumo normales. Chile ha demostrado que nuestras Pymes no soportan ni un mes de crisis y el trabajador ya ve como se le ha acabado el dinero y sus víveres, pidiendo a gritos salir a trabajar, porque le tenemos más miedo al hambre que a la peste.
Chile tiene que cambiar, necesitamos un sistema de salud que satisfaga las necesidades de la población, un sistema de acopio estilo granero, para lo cual es necesario industrializar el país protegiendo la elaboración nacional y terminando con la subsidiariedad constitucional, puesto que en tiempos de pandemia la globalización es un vago recuerdo y lo que opera hoy a nivel mundial es un sistema económico poco solidario que llama a que los países del primer mundo se salven como puedan; lo que ha demostrado que Chile necesita un sistema de seguridad social al servicio de la población y no del gran capital.
Finalmente, nos dimos cuenta que el dinero no es un bien comestible y que la olla necesita alimentos, agua, energía; y la gente necesita abrigo, y con este último término me refiero en todo ámbito, no solamente en significancia literal, para soslayar estos tiempos de pandemia .