En materia de violencia de género, la ampliación del campo de batalla es en el terreno de los medios de comunicación y las redes sociales, cree la experta quien apunta también a las institucionales formales de perpetuar el abuso, el acoso y el femicidio.
Finalizado el 2017, el alza en el número de femicidios ha generado discrepancias entre las cifras entregadas por el gobierno y la sociedad civil. Mientras el Sernam asegura que 324 mujeres perdieron la vida a manos de sus parejas, familiares o conocidos, diferentes ONG’s acreditan que el número real sería de 450. La diferencia en los criterios para discernir estas formas de violencia fueron objeto de análisis por parte de la directora de la Corporación La Morada, Francisca Pérez.
La psicóloga feminista y dedicada al ejercicio clínico y activismo político contra la violencia de género identifica nuevos tipos de abuso, pero recurrentes falencias institucionales referidas a la defensa de la mujer. “Hay líneas de estudio muy recientes sobre lo que sucede con el suicidio de personas víctimas de violencia intrafamiliar, lo que sucede luego con las familias de una mujer víctima de femicidio o el suicidio de los femicidas que tiene lugar una vez ocurrido el crimen. Ocurre que socialmente se tiende a pensar en estas clases de violencia como algo que ocurre en el “horizonte del amor”. Es decir, que existe un trecho en las relaciones donde una cosa mínima va adquiriendo el carácter de violencia hasta adoptar la forma siempre presente de la muerte como posibilidad”, señala durante la conferencia “Nuevos géneros de la violencia” en la UAHC.
En tal sentido, Pérez razona que uno de los mayores efectos de la violencia es esta negación en la que se va transformando una relación que comienza con una discusión, una mala palabra o un reparo aparentemente normal que incluye un mensaje de frustración o inconformismo. Una escalada que, finalmente, los medios presentan como “un asesinato por amor” o “Crimen pasional”, relativizando este tipo de asesinato que es discutido ampliamente, pero que está objetivamente al alza. “Una relativización que también permea las leyes y los procedimientos”, cree la profesional.
Mientras para muchos, el conflicto debe abordarse desde la educación de la sociedad o poniendo a la sociedad a educar a generaciones tempranas, la psicóloga se pregunta dónde efectivamente romper este ciclo tan arraigado de manera cultural. Si bien el sistema educativo es el llamado a trabajar para inculcar desde la educación prebásica le respeto por el otro y las diferencias de género, reconoce que el entorno educativo también ha sido forjado sobre las mismas creencias patriarcales.
Hacia una mayor sororidad
“El espacio educativo es fundamental para lograr una transformación pero es un hecho que también ha sido sometido históricamente a las mismas lógicas que generan la violencia. Desde el maltrato académico de profesores a alumnas, compañeros a compañeras que reiteran sistemas formativos cuestionables. Quizás la presencia de ramos referidos al género en la academia puedan favorecer una mirada crítica sobre el tema, pero el currículum oculto perpetua supuestos de que, por ejemplo, los hombres son mejores para las matemáticas o las mujeres para el arte. También mantiene vigente ese autoritarismo ancestral de las universidades desde donde salen los educadores”, agrega.
Mientras tanto, en terreno asoman otros vicios como la dificultad de las mujeres para practicar la “sororidad” y dejar de lado diferencias en pos de un objetivo común mientras a nivel central las denuncias por violencia intrafamiliar se encuentran, muchas veces, con una cerrada defensa corporativa que evita que muchos casos lleguen a las fiscalías antes de convertirse en tristes desenlaces.
Si bien la cobertura mediática está de parte de la denuncia y el gobierno consagra cada vez más las sanciones contra la violencia de género y la asistencia a sus víctimas, la efervescencia de este malestar exige, a juicio de Francisca Pérez, descubrir las nuevas formas y presencias de este tipo de agresiones. “El problema es que es una problemática tremendamente presente en la vida cotidiana en nuevas maneras que de tan evidentes se invisibilizan. Durante mucho tiempo esa violencia se ha vinculado a parejas, familiares y compañeros de trabajo, pero la violencia se ha ido construyendo también en estos espacios a través de brechas salariales y discriminaciones de todo tipo. Hay que trabajar para instalar la emergencia por hacer visibles las múltiples facetas de la violencia”, reitera.
En ese escenario, Pérez sí cree que la ampliación del campo de batalla lleva la discusión a la calle y también al interior de la maraña anónima de las redes sociales. Nuevos territorios que exigen nuevas reflexiones, plantea. “Es un tipo de violencia simbólica la que yace allí también y que se replica a través de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías. Esto hace particularmente importante entender que tal como estas plataformas se han transformado en un importante vehículo de denuncia y reivindicación, hay que estar atento a la vez para que no se conviertan en medios de estigmatización o de autoritarismo comunicacional. Es en éstas áreas donde, a la larga, será más importante analizar y preguntarnos sobre las nuevas formas de violencia de género”, explica la directora de la Corporación La Morada.