Se convirtió en uno de los temas más comentados en las redes sociales.
El escritor y columnista, Cristián Warnken, publicó una controvertida columna en El Mercurio realizando un análisis duro de la izquierda tras los resultados de la segunda vuelta presidencial donde resultó electo, Sebastián Piñera.
“Cuando la derrota es indesmentible, contundente, inapelable, no se puede esconder su magnitud debajo de la alfombra, como no se puede tapar el sol con un dedo. Intentar hacerlo siquiera no solo es un acto de deshonestidad intelectual, sino también un síntoma de falta de coraje”, comentó.
Enfatizando que “hay que mirar a la derrota de frente, cara a cara, sin anestesias ni máscaras. Darle la espalda, echarle la culpa al empedrado es desaprovechar la oportunidad de hacer lo que los griegos llamaban la “katábasis”, el descenso (…) Pero parece que ya no hay héroes en nuestra “centroizquierda”, derrotada este domingo no por el candidato de derecha, sino por el pueblo elector, ese que ella ha dicho siempre representar y defender”.
Warnken indicó que “Hay un diputado que, por ejemplo, ha llegado a acusar de “idiotas” a los que votaron por Piñera. Echarle la culpa de la derrota al elector: ¿no es delirante? Pero más allá de lo burdo, esa afirmación es un síntoma de iluminismo totalitario. Otros han hablado de “los fachos del pueblo”. Una diputada ha afirmado: “La derrota solo existe cuando hemos dejado de luchar”. Y una ministra ha dicho que esta no es una derrota política, sino electoral. Voluntarismo discutible y entelequias que corren el riesgo de quitarle a la derrota su sentido”.
Por otra parte, considera que “La derrota nos enseña que tenemos cegueras, nos permite hacer los duelos de verdad y no a medias, sin consuelos mentirosos. Para llegar al fondo, hay que caer de verdad, como nos invita el poeta Huidobro en ese memorable Canto I de Altazor: “Cae lo más bajo que puedas caer”. Eso tiene que hacer la izquierda chilena hoy: caer, tocar fondo”,
Warnken también se pregunta que “¿Alguien ha escuchado a Elizalde, a Provoste, a Melo, a los “filósofos” de la peor campaña de la historia de su sector, asumir la responsabilidad por este magno fracaso? Guillier sí lo hizo, con dignidad y pena. Él, al parecer, está haciendo el descenso. En cambio, los mismos que cuando sacrificaron a Lagos en su propio partido no dieron la cara para votar en su contra, ahora no la dan tampoco para asumir su responsabilidad en esta derrota”.
Finalmente, manifiesta que “El pueblo no quiere escuchar nunca más “hasta la victoria siempre”, que termina llevando siempre a la derrota. Una izquierda sin sentido común es una izquierda sin destino. Una izquierda que desprecia a su propio pueblo con arrogancia y soberbia es una izquierda populista pero no popular, una izquierda que se apegó al poder, una izquierda sin valores, sin ética. Una izquierda retórica pero no pensante. Una izquierda que abandonó la reflexión por la consigna. Esa izquierda debe morir. Para que algún día pueda nacer algo nuevo y no trasnochado, y tenga sentido decir ¡viva la izquierda!”