Por Gonzalo Jimenez, doctor en Governance de la U Liverpool y profesor de Ingeniería PUC & CGCUC (Centro de Gobierno Corporativo UC) No es casualidad que instituciones como el Banco Central y la Comisión para el Mercado Financiero hayan dejado atrás la figura unipersonal de la autoridad. A nivel internacional se ha evidenciado que los consejos colegiados son mucho más eficientes al momento de ejercer sus facultades regulatorias y fiscalizadoras. ¿Cómo es que la Contraloría no ha llegado a esto aún? La Contraloría, que en definitiva es la madre de las instituciones del país, debiese ser la primera en cambiar este modelo unipersonal, personalista y sujeto a los vaivenes de ánimo que se han evidenciado en los últimos días. No por nada se encuentra hoy día en una grave crisis, en que las desventuras del Contralor y su subcontralora Dorothy Pérez –tan inamovible como el otrora director ejecutivo de TVN- bordea los límites del cotilleo y la farándula. Incluso los políticos han desaprobado la forma en que el contralor Jorge Bermúdez ha estado "ventilando" sus reparos, en medio de los cuestionamientos que ha recibido tras los fallos de la Corte de Apelaciones y Corte Suprema por la destitución en cuestión. Pero miremos el contexto. Toda institución cuenta con diferentes ejes claves: Primero: el equipo, que hoy está claramente fragmentado, lo que atenta contra el liderazgo y autoridad de su cabeza, al no poder escoger a su brazo derecho por entelequias legalísticas que no calzan con el debido profesionalismo que cabe exigir del Estado. Segundo: el apoyo de los superiores, en este caso del Presidente de la República, quien en un signo meramente protocolar, sólo se dignó a recibirlo –e insistirle con agilizar las tareas propias de la institución relacionados a la construcción. Tercero: el poder, que al parecer sería absoluto y propio de un superhéroe y abarcaría muchos ámbitos; menos, paradojalmente en su mundo interno. La solución cabe en cada uno de estos puntos y si bien no es llegar e implementarlos, el primer paso es entenderlos y ponerlos sobre la mesa. Es esencial reconocer el rol que juega la Contraloría en Chile: es la madre de todas las instituciones, por lo que su importancia es de primer nivel y debiese haber urgencia en fortalecer su gobierno corporativo. Asimismo, cambiar de todas formas la estructura de ésta: pasar lo antes posible de una sola persona a cargo a una comisión colegiada, con personas de vasta experiencia profesional y diversas miradas que puedan aportar una mayor eficiencia en la toma de decisiones. También debemos definir una unidad de mando, es decir tiene que haber claridad sobre el mandato. La Contraloría hoy nos recuerda a un superhéroe con capa, pero sin superpoderes, siendo cuestionado por reestructurar, léase cambiar a su equipo. Independiente de los motivos, ¿no debiese ser tener las facultades para hacerlo? En ese sentido, hace falta un alineamiento de objetivos en torno a un proyecto país como misión de Estado. Junto a lo anterior, se destaca la necesidad de establecer una política de Estado que le permita a la Contraloría funcionar con autonomía. Ello, en todo caso, va en línea con lo que quiere impulsar el Gobierno, según el anuncio de que se está preparando una nueva ley orgánica. Sin duda, si Sebastián Piñera busca dejar un buen legado, éste es el indicado. El llamado es simple pero la tarea difícil porque requiere el coraje de cuestionar paradigmas que como ya hemos visto en otros casos, es mucho más sano revisar a tiempo, incluso si se trata del gobierno corporativo de la madre de todas nuestras instituciones.
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