Por Luis Ariel Toledo O.
Los “ultras” siempre son iguales, apasionados, agresivos, obtusos e ignorantes de otra cosa que no sea la limitada realidad que se construyen, sean de “izquierda” o “derecha” el perfil se repite, los discursos se repiten y las motivaciones también, solo cambian los adjetivos. Todos “creen” en que ciertas verdades son mas verdaderas que otras, todos persiguen el bien común, pero para algunos comunes muy delimitados y desestiman y atacan cualquier postura que no esté al completo de acuerdo con lo que ellos piensan. Si bien en Chile tradicionalmente hemos tenido ultras a la chilena, más bien hipócritas que en grupo se envalentonan pero que en solitario tienden a sonreír sumisamente, la tecnología, el acceso a la información y la dinámica social que está experimentando el país ha permitido que en el último tiempo estos grupos se fortalezcan y se hagan cada vez mas visibles.
Las “buenas maneras” que han sido el sello de nuestra cultura relacional rápidamente han cambiado a unas más confrontacionales, más deslenguadas y menos cautas. Incluso la política ha recogido esto y vemos como de manera cada vez mas ligera ciertos parlamentarios y autoridades dejan deslizar opiniones que hace pocos años atrás hubiesen sido causa de repudio o se crean agrupaciones que en otras latitudes serían consideradas ilegales por desarrollar discursos de odio. Esto no es accidental, evidentemente, si lo hacen es porque existe tierra fértil que explotar, la hiperconección de la que gozamos nos bombardea con tanta información que es imposible procesarla de manera adecuada, menos para una población con un nivel educacional no demasiado elevado, como lo es la nuestra, pero dentro del flujo incesante y para lo que se busca, que es captar la atención y explotar impresiones, esto no es un obstáculo, al contrario, pues quien no entiende algo no es que lo descarte o se esfuerce por entenderlo a través del estudio o el análisis más profundo, la información llega y el usuario reacciona, sin entender, sin contextualizar, solo reacciona y como tiene acceso a un mundo de interacciones, transforma esa reacción en opinión.
Así es que hoy tenemos muchas opiniones, de mucha gente, basada en información que no se entiende, pero que se siente, o sea, tenemos mucha gente que siente y como lo siente, lo cree y como la realidad se construye en base a lo que creemos, tenemos mucha gente que cree cosas y construye sus realidades en base a esas cosas en las que cree, aunque esa creencia no se base en ningún hecho real. Y esto resulta en extremo riesgoso porque la construcción en base a creencias finalmente se ve supeditada a las percepciones que vamos generando y las percepciones resultan en una trampa compleja al momento de comunicarnos, pues se condicionan por lo ya creado y se van reforzando a sí mismas, filtrando los hechos a través de esa realidad, haciendo que cuando me enfrento a un algo sobre el cual tengo una percepción positiva, genere una predisposición que hace que tienda a relevar todos los elementos positivos de ese algo y a disminuir o pasar por alto los elementos negativos, por el contrario cuando ese algo no se ajusta a lo que yo he elaborado previamente, mi tendencia será relevar los elementos negativos, dejando de lado los positivos. Vivimos una suerte de dictadura de la emoción, en donde lo que se busca es generar el resorte emotivo, más allá del análisis racional, y esto es peligroso, pues cuando nos movemos en este ámbito los hechos, las pruebas, los contextos pierden valor, cerrando implícitamente la posibilidad de generar un debate real.
Las redes sociales han sido el caldo de cultivo para el desarrollo de esta nueva forma de estimulación, la proliferación de hechos tergiversados presentados como noticias y la posibilidad de generar tribuna de manera indiscriminada han terminado por instalar una dinámica violenta en la cual, en muchos casos, desde la comodidad del anonimato se ataca sin la más mínima racionalidad a cualquier posición que resulte discordante con la propia, reacciones intestinales con base en percepciones construidas desde las creencias, que se niegan a una contrastación basada en evidencia.
Hace poco tuvimos un buen ejemplo de cómo estas reacciones intestinales terminan generando hechos políticos y sociales, con la marcha antiinmigrantes convocada en Santiago. No niego que el tema de la inmigración en Chile debe ser abordado, nuestra legislación es antigua y requiere una actualización coherente con las normas internacionales y nuestra realidad social, sin embargo los grupos convocantes a esta marcha no llamaban a un proceso de análisis coherente y racional, no apuntaban a un público al que le interesasen los datos concretos de presencia extranjera en Chile o el aporte económico o cultural que representan, llamaban a salir a protestar por la presencia de inmigrantes con una imagen bastante clara en la cabeza, la del inmigrante pobre y moreno, poseedor de todos los males imaginables desde una concepción de sociedad que en la práctica nunca ha existido en nuestro país, y urgiendo una reacción categórica del Estado que terminara por la expulsión y en gran medida la coartación de derechos, en la misma lógica “ultra” que planteaba al principio, con un análisis sesgado, un desarrollo burdo y basada en una construcción más coherente con una posición xenófoba y racista que con una propuesta política seria. Es verdad que existe un germen político, guste o no la tendencia, que en su génesis podría idealmente aportar a un debate, pero este rápidamente se vuelve insostenible cuando se complementa el llamado con la recomendación de acudir armados, pues esto no es sólo una invitación a incurrir en un acto ilegal, sino también la negación manifiesta a cualquier diálogo. Por otro lado, como respuesta a esta iniciativa, movimientos en favor de los migrantes, por decirlo de alguna forma, realizan un llamado a hacer una contramanifestación en los mismos términos.
Personalmente me resultó muy interesante observar la serie de panfletos, afiches y convocatorias realizadas a través del país a este respecto, pues en la gran mayoría de ellas se asumía la misma posición violenta y confrontacional, curiosamente con pocas referencias al tema migrante en particular y con muchas a la “lucha” contra el “fascismo” y el “sistema”, enfrentando a la posición obtusa de una llamada “ultra derecha”, una posición más obtusa aún de una llamada “ultra izquierda”, careciendo ambas de un proyecto político serio o articulado.
Afortunadamente el gobierno tomó cartas en el asunto y triunfó la legalidad, pero esta situación no es nada más que un síntoma de un problema mayor que se está gestando en nuestra sociedad y que tiene que ver con la incapacidad de desarrollar diálogos constructivos cuando nos enfrentamos a temas complejos, no importan sean estos morales, sociales o políticos. La desconfianza en las instituciones está terminando por romper ciertos consensos sociales que creíamos instalados de manera sólida en nuestra sociedad y dando pie a que proliferen posiciones extremas de manera cada vez más acelerada y con cada vez más fuerza. Lamentablemente esta desconfianza tiene asidero en hechos reales, en los últimos años hemos debido enfrentar que existe corrupción en nuestra sociedad y observamos una “clase” política que no logra dar respuesta a las nuevas necesidades de la población, probablemente porque no entiende los nuevos marcos de expectativas, ni las demandas que surgen de estas, haciendo más difícil aun el abordaje cuando se quiere responder con acciones efectistas, destinadas mas a ganar el favor popular que a resolver los problemas de manera correcta, cayendo en la misma lógica de emotividad mal entendida y peligrosa.
Estamos enfrentando el desarrollo agresivo de movimientos con discursos populistas, desde todos los sectores, que se nutren de las disconformidades de la gente, que no pretenden educar, ni siquiera informar, solo entregar soluciones cortoplacistas que disminuyan la ansiedad inventando realidades fantasiosas y dirigiendo el descontento hacia enemigos ficticios, buscando obtener réditos que beneficiarán como siempre a unos pocos. Finalmente es solo una forma más de control.