El COVID-19: Un desastre por elección

Martes, 21 de abril de 2020 a las 15:52

Gonzalo Bacigalupe
Profesor Universidad Massachusetts, Boston
Investigador CIGIDEN

 
Las decisiones sobre prepararse para un desastre como esta pandemia son políticas y reflejan lo que un país prioriza. Para hacerle frente a una emergencia sanitaria como el Covid-19, necesitábamos una inversión sustancial y significativa en el sistema público de salud y en la infraestructura científica de nuestro país. Justo las áreas en las que nuestro Chile ha sido frágil y donde el utilitarismo frenético ha prevalecido por sobre una ética del cuidado de todos y todas.
 
En el ambiente académico y científico, nos cuesta mucho romper la barrera de la comunicación con las personas. Mientras más estatus académico tienes, más difícil es que conectes tu trabajo a la realidad de la calle. En salud pasa algo parecido, sumándole la desigualdad del sistema privado versus público. Ciertas clínicas privadas parecen monumentos a la riqueza mientras los hospitales de comunas periféricas y las de regiones, funcionan con recursos escasos y casi simbólicos para cuidar a sus pacientes.
 
Un país que favorece a los sistemas privados de salud siempre disparará hacia la desigualdad, especialmente cuando ocurre una pandemia que se transforma en un desastre para los más vulnerables. Repetimos los errores de la influenza española de 1918-1920, cuando también la gente comenzó a coser mascarillas para su cuidado personal y donde se registraron 2.676 muertes certificadas por médicos y 37.437 notificadas por "testigos" en nuestro país.
 
Este desastre por elección era mitigable. Era posible priorizar la salud en vez de las armas. Era posible que todos y todas pudieran detener su actividad laboral por algunos meses sin llevar a una crisis económica que afectará personas, comunidades y la nación. Era posible. Hoy cuando las autoridades y sus representantes nos comunican y hacen anuncios sobre aquello que debemos hacer por Covid-19 –con buenas intenciones posiblemente–, continúan cometiendo errores que impiden prevenir y, por el contrario, generan aún más oportunidades de contagio.
 
Nos anuncian un toque de queda, pero no predicen el caos en el transporte público, que a su vez, genera nuevos polos de contagio por las aglomeraciones. Llaman a vacunarse por la influenza sin planificar como evitarán el contagio entre las personas de grupos de riesgo en lugares donde llegan pacientes. Aplazan para ayudarnos con las penurias financieras, pero confunden respecto a los permisos de circulación de las patentes, pero después culpan a las personas por aglomerarse y cumplir con sus obligaciones. En cada caso, la culpa es la de las personas y no de aquellos con responsabilidades de comunicar de modo claro, directo, y cuidadoso, durante una crisis.
 
Estos no son solo errores de comunicación, reflejan nuestra fragilidad en el conocimiento y del sistema de salud pública que hemos construido. Los desastres se producen porque no estamos preparados para una amenaza como la de este virus. Los desastres son una prueba dura de cuán resilientes somos frente a una amenaza. En Chile lo sabemos porque nuestra historia telúrica nos ha enseñado a construir infraestructuras sólidas por elección y diseño. En el caso del Covid-19, estamos condenados a repetir las imágenes dramáticas que nuestros abuelos y tatarabuelos vivieron cuando eran niños. Países enfrascados en defenderse con armas de guerra, pero incapaces de hacerle frente a un virus. No aprendimos en 1920, ¿aprenderemos un siglo después?

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